En esta última etapa, hemos trabajado con un género muy particular: el microrrelato
¿Qué es?
(Texto tomado de las Bases del Concurso de Microrrelatos publicadas por la Biblioteca "Severo Ochoa" (Instituto Cervantes): http://chicago.cervantes.es/imagenes/File/BIBLIOTECA/concurso_2009.pdf
Presentamos a continuación algunos microrrelatos trabajados en el marco del Taller, ¡que los disfruten!
Sueño de la mariposa
Chuang Tzu
Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar, ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.
Pandora
Hesíodo
Zeus no quería que los hombres usaran el fuego, pero Prometeo se lo robó y así los hombres aprendieron a encenderlo. Irritado, Zeus increpó a Prometeo:
-Te alegras de haber robado el fuego, pero grandes dolores habrán de sobrevenirte, a ti y a los hombres venideros. En lugar de fuego, les daré dolor.
Porque al principio, durante el reinado de Cronos, el género humano había vivido sobre la tierra sin conocer el trabajo, el sufrimiento, la enfermedad, la muerte. En vista de la traición de Prometeo, decidió Zeus enviarles a Pandora. Bajo las órdenes de Zeus, Efesto modeló con barro un cuerpo semejante al de las diosas, con deliciosa figura de virgen, y en ella puso voz y fuerza humanas; Atenea le dio vida y le enseñó a vestirse con adornos; las Gracias y la augusta Persuasión le ciñeron el cuerpo con doradas guirnaldas; Afrodita derramó encantos sobre su cabeza; y Hermes le infundió en el pecho cinismo y maldad. Nació Pandora, la mujer que seduce y engaña, y bajó a vivir con los hombres, llevando como regalo una caja llena de males. Cuando abrieron la caja, la edad paradisíaca terminó. Desde entonces los hombres padecen el dolor, la vejez, la enfermedad y la decrepitud. Pandora tapò la caja; quedó adentro la esperanza.
La casa encantada
Anónimo
Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín.
Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó. Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a comenzar su conversación con el anciano.
Pocas semanas más tarde, la joven se dirigía a otra ciudad en automóvil, a una fiesta de fin de semana. De pronto, tironeó de la manga del conductor y le pidió que detuviera el automóvil. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.
-Espéreme un momento- suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazòn latiéndole alocadamente. Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondió a su impaciente llamado.
-Dígame- dijo ella-, ¿se vende esta casa?
-Sí, respondió el hombre-, pero no le aconsejo que la compre. ¡Esta casa, hija mía, está frecuentada por un fantasma!
-Un fantasma- repitió la muchacha-. Santo Dios, ¿y quién es?
-Usted- dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.
El león y el pastor
Esopo
Un león que se había extraviado en un bosque se clavó una espina en la pata. Tan dolorido estaba que apenas podía caminar. Casualmente pasaba por ahí un pastor. El animal se le acercó y comenzó a mover la cola y a mostrarle la pata herida.
Atemorizado, el hombre le ofreció comida; pero la fiera la rechazó. Se acercó más y por fin logró que el pastor comprendiera sus gestos y lo curara. El león, al sentirse aliviado, le lamió las manos en señal de agradecimiento y se marchó sin hacerle daño.
Años después, el león fue cazado y llevado para devorar a los malhechores. El pastor había cometido un delito por el que estaba condenado a muerte, y fue arrojado a las fieras. Entre estas estaba el viejo león que, reconociéndolo, se le acercó mansamente y lo defendió de las demás bestias. Los espectadores se asombraron; el pastor les contó el episodio de la espina, y por esta razón dejaron en libertad al hombre y al león.
No seamos ingratos con los que nos ayudan. La gratitud es propia de las almas nobles.
El león y la espina
Ambrose Bierce
Un león que rondaba por el bosque se clavó una espina en la pata y, al encontrarse con un Pastor, le pidió que se la quitara. El pastor así lo hizo, y el León, satisfecho porque ya se había comido a otro pastor, se alejó sin hacerle daño. Un tiempo despues condenaron al Pastor, por una falsa acusación, a ser arrojado a los leones en el anfiteatro. Cuando estaban a punto de devorarlo, uno de ellos dijo:
-Este es el hombre que me quitó la espina de la pata.
Al escuchar esto, los otros leones se abstuvieron honorablemente, y el solicitante se comió al Pastor él solo.
Héroes
Enrique Anderson Imbert
Teseo, que acababa de matar al Minotauro, se disponía a salir del laberinto siguiendo el hilo que había desovillado cuando oyó pasos y se volvió. Era Ariadna, que venía por el corredor reovillando su hilo.
-Querido- le dijo Ariadna, simulando que no estaba enterada del amorío con la otra, simulando que no advertía el desesperado gesto de “¿y ahora qué?” de Teseo-, aquí tienes el hilo todo ovilladito otra vez.
El soldado
Gabriel García Márquez
Un soldado argentino que regresaba de las isla s Malvinas al término de la guerra llamó a su madre por teléfono desde el regimiento de Palermo, en Buenos Aires, y le pidió autorización para llevar a un compañero mutilado cuya familia vivía en otro lugar. Se trataba -según dijo- de un recluta de diecinueve años que había perdido una pierna y un brazo en la guerra y que además estaba ciego. La madre, feliz del retorno de su hijo con vida, contestó horrorizada que no sería capaz de soportar la visión del mutilado y se negó a aceptarlo en su casa. Entonces el hijo cortó la comunicación y se pegó un tiro: el supuesto compañero era él mismo que se había valido de aquella patraña para averiguar cuál sería el estado de ánimo de su madre al verlo llegar despedazado.
Botella al mar
Rodrigo Sosa
Hacía meses que estaban a la deriva. Tantos que incluso habían perdido la cuenta. El bote salvavidas no aguantaría mucho más. El sol pegaba fuerte todo el día, hasta que llegaba la noche y la temperatura bajaba a lo más profundo de las entrañas de los dos náufragos. Ni siquiera les quedaba comida, Willy y el Colo ya no soportaban la garganta -seca de tanta agua de lluvia-, el dolor de las quemaduras, ni las llagas: estaban exhaustos.
Hacía una semana que el cielo se había nublado, una semana que todo se había oscurecido. Y nada parecía cambiar la situación.
Una tarde, oyeron ruidos en el casco. Leves golpes contra el bote. El Colo se asomó, temeroso.
-¡Una botella, viejo! ¡Parece una botella!
-¡Agarrala, hermano! -se desesperó Willy-. ¿Qué esperás?
El Colo se estiró el brazo aguantando el dolor y, con un increíble esfuerzo, agarró la botella. Después necesitó de un esfuerzo extra para sacar el corcho, que parecía colocado hacía muchos años. Al fin abrió la botella y agarró el papel. A pesar de su ansiedad, consiguiño desdoblarlo sin romperlo. Enseguida, y con el último brillo que tenían sus ojos, leyó entre susurros:
-Por favor… Necesitamos ayuda… Si alguien encuentra este mensaje, venga a rescatarnos… Somos náufragos en algún punto del Atlántico.
En ese instante salió el sol. El Colo se frotó los ojos y volvió a leer la fecha.
Era de un año atrás. Ahí fue cuando, bajo los esplendores de aquel sol fulgurante, el Colo reconoció su propia letra.
Medio día de suerte
Santiago Álvarez
Luis no era nada, no valía nada. Y para colmo era el hombre con más mala suerte del mundo. Subió un escalón para ver cómo se veía la gente veinte pisos abajo: se mareó. Pero suicidarse era de cobardes y él no se consideraba ningún cobarde: bajó la cornisa. Por otro lado, para suicidarse había que tener huevos, y Luis sí que tenía huevos: subió a la cornisa. Y después bajó. Y luego subió otra vez. Porque, además de todo, Luis también era inseguro. Subió y bajó durante todo el día.
Al anochecer se sintió exhausto pero feliz, vivo. Por primera vez experimentaba la gratificante sensación de haber hecho algo útil con su cuerpo. Corriendo y silbando bajó quince pisos por escalera. Un vecino casi no lo reconoció. Eufórico, entró en su casa, se quitó la ropa transpirada y, deseoso de brindar consigo mismo, con el nuevo Luis, fue a la heladera en busca de algo fresco.
La abrió descalzo.
Cinco minutos
Soledad Castro
Lía tiene amores de cinco minutos que comienzan con descubrir ese rostro en la masa anónima de algún suterráneo o en un café. Le lleva dos minutos enteros enamorarse perdidamente de esa mirada que no la ve. Durante el minuto de la locura se corporizan en su cabeza mil formas de irrumpir en esa vida sin destrozarle la magia. La siguiente fracción de sefundo pasa ignota, mientras las ideas de conquista se van desvaneciendo.
A Lía le rompen el corazón en el último minuto, abandonando un café, bajándose del subterráneo, renunciando a la cola del banco, o simplemente con doblar la esquina.
Un creyente
George Loring Frost
Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:
-Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
-Yo no- respondió el otro-, ¿Y usted?
-Yo sí, dijo el primero, y desapareció.
Feedback
Ángela Predelli
“Desconcertante”, pensé cuando, mirándome al espejo para peinarme, mi mano empezó a maquillar mis labios. Apreté mis párpados furiosamente y los abrí tratando de olvidar en ese gesto lo que seguramente no había pasado. Vi que mi mano en el espejo se arreglaba las peinetas de carey cuando yo estaba poniéndome los aros. Quise terminar con el truco: me fui a la cocina y volví con un cuchillo, lo clavé decidida en la imagen del espejo que rápidamente estiró sus manos para limpiar esa sangre que empezaba a correrme por el pecho.
El dinosaurio
Augusto Monterroso
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Sola y su alma
Thomas Bayley Aldrich
Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.
Felinos
Raúl Brasca
Algo sucede entre el gato y yo. Estaba mirándolo desde mi sillón cuando se puso tenso, irguió las orejas y clavó la vista en un punto muy preciso del ligustro. Yo me concentré en él, tanto como él en lo que miraba. De pronto sentí su instinto, un torbellino que me arrasó. Saltamos los dos a la vez. Ahora ha vuelto al mismo lugar de antes, se ha relajado y me echa una mirada lenta como para controlar que todo está bien. Ovillado en mi sillón, aguardo expectante su veredicto. Tengo la boca llena de plumas.
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